viernes, 1 de julio de 2011
Incapaz de hablar
El dragón era el ser supremo y sagrado de las antiguas dinastías chinas. Reinaba sobre ríos y mares, las turbulencias acuáticas eran su territorio. El dragón era el amo del tiempo, los tornados, las lluvias y los fenómenos meteorológicos. Todos, sin excepción, le debían respeto, los gobernantes y el pueblo mismo. Los artistas también. Existen antiguas cerámicas que poseen técnicas secretas. Con ellas se fabricaban vasijas en las que se representaban seis dragones. Al observar estas piezas con un cierto tipo de luz puede llegar a verse un séptimo dragón. En el siglo IV, Ku K'ai-chih, el gran sabio del arte tradicional, pintaba sus dragones sin ojos. Cuando le preguntaban cuál era la razón de ello, contestaba orgulloso: “Mis dragones viven y si les doy ojos, ellos se irán volando”. Desde tiempos remotos, los ojos son los últimos elementos en ser trazados cuando se pinta un dragón. Los pintores chinos respetaban el oficio, a tal grado, que debían ir subiendo por una escala de jerarquías hasta llegar a consagrarse como grandes maestros. Sólo entonces les era permitido pintar un dragón. Si un pintor se atrevía a trazar y pintar un dragón sin haberse convertido antes en maestro, entonces era decapitado. Llegar a ser artista en la antigua China era un asunto de cuidado.
Pero también existieron casos extraordinarios. Zhu Da, conocido generalmente por el sobrenombre de Bada Shanren, era descendiente de casas imperiales de la dinastía Ming. Su trabajo revela una frontera psicológica extrema, una agitación interna que sufría debido a su carácter. Bada nunca fue valorado en su tiempo; su obra, cada vez más abstracta y producto de cambios radicales, lo llevó a una excentricidad extrema. Al final de sus días, vivía como un ermitaño taoísta. Escribió sobre su puerta “Incapaz de hablar”. Bebía, lloraba, reía y pintaba, pero no hablaba con nadie. Cuando Bada se sentía inclinado a escribir, descubría su brazo para dibujar, tomaba el pincel y emitía gritos como los de un loco.
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