lunes, 24 de octubre de 2011

¿Quién habla de escribir?



Hace unos días revisaba el libro de W. G. Sebald, Los anillos de Saturno. Los viajeros de a pie, las extrañezas que provocan, los trayectos que parecieran recorrer a lado de extraños. Regresé a ese libro porque estuve caminando mucho por los poblados cercanos a Campeche. El sábado pasado atravesé un puesto de seguridad a la salida de la ciudad, a la vista de siete personajes uniformados de negro, con armas R-15 y rostros duros y desvelados. Me preguntaron de dónde venía y hacia dónde me dirigía, revisaron los asientos del auto y luego agitaron las manos para indicar que siguiera mi camino. Y así lo hice, me encaminé por una carretera de curvas oscuras hasta la entrada de Castamay, un pueblo de tierra roja, lleno de árboles de mango y casas de madera. Una tranquilidad extraña flota sobre esta población de carretera; los viejos se sientan bajo los árboles de pich para ver pasar a los autos que llegan desde el valle de Edzná.


Durante la mañana recorrí los terrenos cercanos, que en su mayoría son tierras ejidales. Me acompañaba mi sobrino Juan Pablo. Había sol y un calurón que quemaba, pero la brisa era fresca. Caminamos por los alrededores y compramos un poco de agua en unos abarrotes con un letrero que decía “mi casa es su casa”. La mujer que atendía el local nos lanzó una mirada muy rara que me recordó la anécdota de Sebald, cuando una niña “se le quedó mirando extrañada, con la boca medio abierta, como se mira a un ser de otra galaxia.” Tal vez vería otros lugares en nuestras miradas, otros tiempos... Yo había visitado el cenote Miguel Colorado, un lugar muy virgen lleno de monos araña, árboles de chicozapote y huellas de viejos chicleros. Otra galaxia quizá. Ese sitio engaña a la percepción. Desde el muelle junto al agua uno se hace una idea de las dimensiones y la profundidad; pero al nadar hacia el centro del cenote, todo eso cambia... Es el cuerpo, la inmensidad, el miedo. La mente es algo muy chingón, la imaginación; pero el cuerpo enseña lo real. Ahí puede surgir una explosión.


Después de caminar durante todo el día por el pueblo, finalmente encontré el sitio que buscaba. Tengo la idea de construir un pozo en este lugar, un pozo tradicional excavado en la tierra roja de Castamay. Me han dicho que podría encontrar agua a unos 12 metros de profundidad. En verdad resulta difícil escribir sobre esto, escribir del viaje. Una mañana cualquiera en la que suceden las cosas bajo una iluminación abrasadora, el ruido suave del viento y los pájaros sobre los mangos... No es posible hablar de eso. Todo podría resultar en una especie de autobiografía que corra entre lo real y la ficción, entre la civilización y la naturaleza. Pura invención y narrativa pues. Pero, ¿quién habla de escribir? El que escribe siempre está preocupado por otra cosa... (algo así decía Virginia Woolf)


Ayer por la noche regresé a México en el vuelo de la tarde. Lo hice con la mente cristalina y despejada. Sigo con la idea del pozo en la cabeza. Al llegar, recibí noticias de Miho. Ella y un grupo de artistas japoneses viajarán pronto a Campeche para exponer su proyecto “Selva de cristal”. Recuerdo el momento en el que el avión aterrizaba suavemente y aparecía la selva de cristales multicolores de la ciudad de México. El intrincado y laberíntico tráfico visto desde el aire, como un gran letrero luminoso: Viaducto, Cuauhtémoc y Eje Central son los caminos-relámpago.