viernes, 26 de agosto de 2011

Jueves negro

No deseo pararme frente a la lluvia. No me gusta hoy esa idea. Estoy de pie sobre el balcón, frente a una gran tormenta negra que cae como un granizo estúpido sobre la calle. Se desploman vidrios, brillos, trozos resplandecientes… El edificio parece una sombra de mí mismo. La tormenta ha traído olas de agua que han cubierto todo –a mí también. Debajo del poste de luz, en la esquina de la calle Uxmal, se dibuja el volcán más hermoso que yo podría encontrar en el valle de México. No hay circulación alguna, no pasan autos en medio de esta tarde hambrienta. Oscurece. Un relámpago se estrella entre mis dos mejillas y se me cae la nariz del aburrimiento. Mi mujer en el baño usa tintes para el cabello, se desdibuja en los espejos del corredor. La lluvia de este jueves… Por lo demás, creo que ella piensa lo mismo de mí, y así las cosas. De pronto desearía devolverlo todo, sin control. Unas cuantas sirenas de cobre comienzan a sonar por la avenida. No hubiera querido quedarme así, de pie en la orilla de este balcón frente al vacío, con la música de los Troggs detrás de mí. Me doy cuenta que he metido los pies en un charco que ya no refleja nada. Noche oscura. Ya no estoy, me he ido, incluso podría correr hacia la esquina por cigarros. Una patrulla pasa con su linterna roja y deslavada. Este cielo cayó como un plomo sobre el lago invisible en el que vivo. La ciudad sigue creciendo desde el agua. Nada sería más real. En los noticieros resuena la distancia que me separa hoy: atentados, miedo y melancolías… Nada que temer. Un rayo se estrella a mi lado; permanezco adormecido. Siento la vida cruda de la luz primera, los ojos me bailan y se deslizan por la banqueta, caigo sobre mi almohada cerebral. No soy esa superficie que podría ocultar la profundidad, hoy no soy eso. Quisiera despertar al territorio, nos estamos ahogando en el no hacer nada…

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